Por: MV. Dra. María Gloria Vidal Rivalta MSc. Dirección Nacional de Sanidad Animal (CENASA). Publicado en: Por el bienestar animal

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15 de Abril 2025

Foto: Archivo/Cubadebate.

A propósito de los diversos homenajes que desde la historia, la educación y la cultura, se realizan en el país para destacar la vida y obra de José Julián Martí y Pérez, se hace necesario recordar que de la protección de los animales también escribió nuestro Héroe Nacional. Durante su estancia en New York, Estados Unidos, en un artículo periodístico dirigido con fecha 15 de marzo de 1888 al director del periódico bonaerense La Nación, escribió José Martí sobre el tema, que aparece con el título “Bergh” en el Tomo XIII: En los Estados Unidos, de las Obras Completas.

Dedicado a Henry Bergh, un hombre que dedicó su vida a la protección de los animales, rubricó el artículo, que comienza así:

Cuando, movidos a bondad por el terror, compartían los cocheros con sus caballos el brandy que reparaba sus fuerzas idas a causa en el temporal de nieve; cuando al caer exhausto su percherón sobre la nevada, salta un carrero del pescante, le afloja los arneses, le pone por almohada la collera, lo abriga con la manta que carga para protegerse los pies, y se quita el propio sobre todo para echárselo por encima al animal, que le lame la mano; cuando los gorriones, desalojados por el vendaval de los aleros, eran tratados como huéspedes favoritos en las casas, y reanimados con mimo al fuego de las chimeneas; cuando un gato chispeante, loco de frío, hallaba refugio en los brazos de un transeúnte hospitalario, – moría en Nueva York, pensando en las pobres bestias, un hombre alto y flaco, de mucho corazón y no poco saber, que pasó lo mejor de su vida predicando benevolencia para con los animales.

De esta forma el Apóstol destacaba como aún en el momento de su muerte, en la ciudad de Nueva York, estaba Henry Bergh, dedicando su último pensamiento a los animales, a quienes entregó su labor, su inteligencia y todo su amor. También hacía alusión a la atención prestada a los caballos por sus cocheros, dadas las adversas condiciones climáticas.

Jamás se abría un diario sin encontrar una befa a este buen amigo de los animales; que en Inglaterra aprendió a servirse de la ley para amparar a los que no tienen manera de pagar a sus favorecedores, por lo que son éstos pocos siendo el favor por lo común no tanto mano tendida como mano que se tiende, para que el favorecido deje caer en ella, en presencia del mundo, como sus celebraciones y sus lágrimas.

Se interpreta de sus palabras que para muchos la obra caritativa de Bergh era motivo de burla y ni siquiera reconocían su virtud. Por ello, tuvo que aprender a emplear la ley como arma para la defensa de los animales, pues pocos realmente, en esa época, resultaban ser sus fieles defensores.

También relataba el Apóstol: Volvió Bergh de su viaje a Inglaterra, con aquel cuerpo larguiruto a que quitaban ridiculez la ternura inefable de los ojos, y la crianza hidalga, y fundó, con poca ayuda que no fuese la propia, una sociedad para la protección de los animales, que pronto tuvo poder legal; tanto, que Bergh mismo fungía de fiscal asesor, y podía, por serlo, parar en las calles el látigo levantado sobre un caballo infeliz, y perseguir ante el juez al castigador. Con ciento cincuenta mil pesos en oro que le dejó el francés Luis Bonanrd, pudo la sociedad levantar casa suya, cuyo portal arábigo corona un caballo dorado.

Mientras más se burlaban de él, más predicaba Bergh, con tal éxito que ya apenas hay Estado de la Unión que no tenga en sus leyes las que él propuso contra el maltrato a las bestias, por cuanto el maltratarlas, sobre ser inocuo, abestia al hombre. El perseguía cuanto en el hombre nutre la ferocidad. Mientras más sangre coma y bebe, decía Bergh, más necesitará el hombre verter sangre. Los pueblos tienen hombres feroces, como el cuerpo tiene gusanos. Se han de limpiar los pueblos, como el cuerpo. Se ha de disminuir la fiera. El ahuyentó a los peleadores de perros. El hizo multar y prender a los que concurrían a las peleas, y a los que de cerca o de lejos apostaban. El extinguió las riñas de gallos. El acabó con los combates de ratas. Desde muy temprano salía a recorrer los lugares de la ciudad donde trabaja más el caballo, que era su animal favorecido, y con tan sincera bondad procuraba inspirarla a los carreros, que éstos llegaron a ver como amigo a aquel caballero flaco que salió llorando del juzgado el día en que un abogado alquilón lo llenó de injurias porque pidió el favor de la ley para que un carnicero no hiciese padecer a las tortugas el horror del hambre.

Dejo a ustedes, los lectores, el interés por examinar en su totalidad el texto de este conmovedor e interesante artículo, que así Martí concluía:

Así vivió este hombre, consolando niños, fundando a su amparo una sociedad ya rica y fuerte, haciendo bien a aquellos que no podían agradecérselo, mejorando a sus semejantes. Su benevolencia fue más loable porque vivió siempre enfermo. Los versos eran su ocupación en las horas de ocio, y deseando hallar el sentimiento donde todavía impera, -concurría asiduamente al teatro. Escribió dramas, y se los silbaron, sin que por eso se le agriara el alma noble contra el arte en que le fue negada la excelencia a que llegó sin esfuerzo en las más difíciles virtudes. Escribir es, en cierto modo, tarea de hembra. No se debiera escribir con letras, sino con actos.



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