Frutas, ¿inalcanzables?
- Por: Yenima Díaz Velázquez/ Fotos: Reynaldo López Peña
- Las Tunas.- Por estos días, las altas temperaturas son un tormento para los tuneros, incluso, bajo techo. Salir a la calle se torna casi desesperante y al llegar al destino es un alivio para el organismo refrescar el cuerpo y los pies, tomar agua o comer alguna fruta.
Precisamente esa es una recomendación constante para la temporada de calor. Pero en la provincia de Las Tunas se hace prácticamente imposible para la mayoría por los altos costos de esos productos en el mercado, terminada ya la temporada masiva de mangos.
Hacerse de frutas es una odisea, pues hay poca disponibilidad y, cuando aparecen, «a sujetarse los bolsillos». Por ahí, en los mostradores con permisos y en los ilegales, se cotizan a precios de espanto los cocos, las fruta bombas, los platanitos, las guayabas, los anoncillos…
Aunque en el territorio existe un programa para la recuperación de frutales, sobre todo en las comunidades de La Veguita y San Gregorio, no hay resultados que satisfagan un poco la demanda, en perjuicio de niños, ancianos, embarazadas, diabéticos e hipertensos.
Según el Programa de Autoabastecimiento Municipal, cada persona debe recibir un promedio de tres libras de frutas cada mes, y ante esa condición se impone incrementar las áreas dedicadas a dichos renglones en los ocho municipios tuneros, tanto de especies temporales como de permanentes.
Pero podrían aplicarse otras alternativas, teniendo en cuenta que la Empresa Agroforestal produce posturas de árboles frutales para su siembra en las fincas forestales. Y a pequeña escala, en muchos hogares, también se pueden obtener las pequeñas plántulas para beneficio propio.
Ese es uno de los propósitos del Movimiento Nacional de la Agricultura Urbana, Suburbana y Familiar, que impulsa el aprovechamiento de todos los espacios posibles para -entre otros subprogramas- sembrar frutas y rescatar variedades poco conocidas, pero muy sabrosas.
Sin embargo, quedan muchísimas reservas. Durante años, las familias que residían en las zonas rurales tuvieron frutas en sus patios. A nadie le faltaba un limonero, un ciruelo o un guayabo. Y había grandes árboles a orillas de los caminos, para quien quisiera recoger los frutos.
Ahora podría multiplicarse dicha experiencia. ¿Por qué no sembrar esas plantas a orillas de las carreteras y en tantas otras áreas vacías? Ciertamente no tendrían dueños, pero serían más los beneficiados porque cualquiera de nosotros regresaría a casa con las manos llenas.
En estos tiempos, un árbol frutal es de gran ayuda para las familias, máxime cuando el bochorno del mediodía se hace tan intenso que el cuerpo requiere sus vitaminas y minerales. Y ni hablar del beneficio económico, porque en apenas dos o tres unidades se invierten unos cuántos pesos.
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