El Tabaco en Pinar del Río: historia y pasión que trasciende generaciones
:María Isabel Perdigón Gutiérrez
24 de noviembre 2024
Por generaciones, el tabaco ha sido mucho más que un cultivo en Pinar del Río: es una cultura, un legado y un símbolo de identidad. Desde los verdes valles donde crecen las hojas más finas hasta las casas de cura en las que se transforman en puros artesanales, se muestra un emblema de calidad y tradición. Pero, ¿cómo se convirtió este pequeño rincón de la Isla en la cuna del mejor tabaco del planeta?
Los orígenes de este cultivo se remontan al encuentro de dos mundos, cuando las civilizaciones originarias de América fueron descubiertas por los exploradores europeos. Alrededor de 1492, los conquistadores notaron que los taínos y siboneyes utilizaban hojas secas de una planta que llamaban «cohiba» en sus rituales sagrados. Estas ceremonias fascinaban a los recién llegados, quienes nunca habían presenciado el uso de las hojas de la planta para fumar. Desde ese momento, comenzó a ser vista, no solo como una curiosidad sino como un recurso valioso.
El tabaco pronto fue llevado a Europa por los españoles, y fue allí donde, a través de los siglos, se popularizó hasta el punto de convertirse en un cultivo rentable y de alta demanda.
Según varios documentos de colonos y agricultores locales, ellos empezaron a experimentar con la siembra en el siglo XVII de forma muy limitada, pero fue en el siglo XVIII que la producción comenzó a ganar un papel protagónico, y en esta etapa, el Capitán General español indicó que el tabaco de Vueltabajo “era el mejor que se podía hallar en toda la Isla”.
LAS TRADICIONES Y LA RELACIÓN ÚNICA ENTRE EL HOMBRE Y LA TIERRA
El Valle de Viñales fue uno de los puntos más antiguos de cultivo en la región y, aún hoy, se le considera de alta calidad en la hoja. Otra área destacada en los primeros años fue San Juan y Martínez, que rápidamente ganó fama por las fincas tabacaleras que producían hojas de notable calidad. Estas zonas se consolidaron como epicentros de la producción, gracias a la presencia de suelos ricos en minerales y un clima que favorecía el crecimiento de las plantas.
En los inicios del siglo XIX, varias familias comenzaron a asentarse en Vueltabajo y a especializarse en el cultivo y procesamiento de la hoja. Entre ellas, destacan apellidos que hoy son emblemáticos en la historia tabacalera de Cuba. La familia Robaina, por ejemplo, se convirtió en uno de los nombres más reconocidos a nivel nacional e internacional, y ganó fama mundial como productor de una de las mejores hojas de capa del mundo. En la finca Cuchillas de Barbacoa, en San Luis, Robaina desarrolló métodos de cultivo y secado que se mantienen como referentes de calidad. Sus conocimientos y técnicas pasaron a las generaciones siguientes y continúan formando parte del legado.
Otra de las familias destacadas de la región fue la familia Bustamante, que desarrolló técnicas innovadoras para mejorar la textura y aroma de las hojas. Establecidos en San Juan y Martínez, fueron pioneros en la adaptación de métodos de cultivo y curado que ayudaron a elevar los estándares de calidad.
También la familia Echevarría, originaria de la región de Viñales, fue conocida por la selección de hojas con características ideales para las capas, esenciales en la fabricación de habanos de alta gama.
SÍMBOLO DE CALIDAD Y AUTENTICIDAD
Fernando Ortiz, reconocido investigador de la cultura cubana, señaló que “la riqueza de la tierra pinareña y su clima permiten que la hoja alcance una calidad excepcional, inigualable en otros lugares del mundo”. Ortiz también subraya la influencia que ha tenido en la cultura y en la economía de Cuba, destacando que “esta planta no solo es un cultivo agrícola, sino también un símbolo de resistencia y tradición que ha perdurado a través del tiempo”.
La aseveración de muchos expertos en que la región produce el mejor tabaco del mundo está respaldada por datos de calidad y volumen de exportación. De hecho, se estima que alrededor del 60 o 70 por ciento destinado a la producción de habanos proviene de estas tierras.
Para lograr estos resultados, los campesinos se especializaron en el cultivo de variedades que se adaptaban a los suelos, entre ellas, el famoso Corojo, que con los años se convertiría en emblema de la región y en un bien de exportación que rápidamente captó el interés de mercados en Europa y América, con las marcas Montecristo, Partagás y Cohiba, símbolos de exclusividad y buen gusto.
Los maestros torcedores de esta región son conocidos por su habilidad y destreza en la creación de puros, un arte que requiere precisión, paciencia y un profundo conocimiento de las hojas, y que es fuente de empleo para cientos de trabajadores que dedican horas a seleccionar, secar, fermentar y torcer las hojas, un proceso que sigue los métodos tradicionales de hace siglos.
La habilidad de los torcedores pinareños es tan apreciada, que algunos de ellos han sido reconocidos a nivel internacional, y sus puros galardonados en prestigiosos eventos y concursos.
Aquí es común que los niños acompañen a sus padres a las plantaciones y aprendan desde pequeños a seleccionar las hojas y a entender los ciclos de cultivo. Esta participación temprana en la vida agrícola es vista como una forma de fortalecer los lazos familiares y asegurar la continuidad de la tradición tabacalera, que actualmente se enfrenta al desafío de adaptarse a los cambios de un mundo globalizado, pero sin renunciar a sus métodos tradicionales y a ese vínculo que, desde hace siglos, une a los productores con su tierra.
El tabaco de Pinar del Río es una obra de arte en constante evolución, moldeada por la mano de quienes ven en él una extensión de su propia historia. Cada hoja que se seca en las vegas, cada habano que se elabora en las manos de un torcedor es un tributo a la perseverancia y al amor por esta tierra, que ha hecho del tabaco su razón de ser y de existir.
Curiosidades del tabaco pinareño
El suelo de la provincia es rico en nutrientes específicos que permiten el crecimiento óptimo de las hojas de tabaco. Los productores cuidan celosamente el balance natural de ellos.
En Pinar del Río se cultivan diferentes tipos de tabaco, pero la variedad Corojo y Criollo son especialmente valoradas para la capa y el relleno de los puros. Las hojas pasan por un proceso de secado, fermentación y envejecimiento en condiciones muy controladas.
Se necesita un promedio de 30 a 40 hojas para hacer un puro, y el trabajo minucioso de los torcedores es clave para lograr el aroma, la textura y la combustión perfectos. Algunos torcedores de Pinar del Río alcanzan tal destreza, que pueden torcer hasta 100 puros al día.
Una de las técnicas tradicionales en la región para mejorar el suelo era la siembra de “cochinita”, una planta cuya función era nutrir y preservar las condiciones del terreno. Se ha usado en rotación con el tabaco durante siglos y ayuda a restaurar la fertilidad del suelo, una práctica que fue implementada por los primeros agricultores y que continúa utilizándose en algunas fincas tradicionales.
Las casas de secado o “casas de tabaco” son un elemento icónico de la región de Pinar del Río. Estas estructuras fueron diseñadas, específicamente, para permitir una circulación controlada de aire, lo que contribuye a un secado uniforme y gradual de las hojas.
Cuando llega la temporada de cosecha, la “fiesta del corte” se convierte en un evento comunitario en el que participan familias enteras.
Los torcedores de la región son reconocidos a nivel mundial por su habilidad, y muchos de ellos reciben formación en técnicas tradicionales que requieren años de práctica. En Pinar del Río, algunos de ellos se especializan en la creación de habanos de edición limitada que son altamente valorados en los mercados internacionales.
El célebre antropólogo cubano Fernando Ortiz fue uno de los estudiosos más apasionados por la historia del tabaco en Cuba. En sus escritos, Ortiz afirmó que “el tabaco de Vueltabajo representa una tradición cultural y económica que solo puede comprenderse si se entiende la dedicación y la persistencia de los hombres y mujeres de la región”. Consideraba al tabaco pinareño como “una de las joyas del patrimonio cubano”, destacando la labor de las familias tabacaleras que convirtieron el cultivo en una herencia.