El liderazgo hay que ganarlo «guapeando»
Un presidente de cooperativa en Granma expone, desde experiencias personales, conceptos profundos sobre el campo cubano y sus complejidades
Por: Osviel Castro Medel /
LOS HATICOS, Cauto Cristo, Granma.— Tuvimos que vencer un terraplén interminable para ver a Enrique Chaveco Chacón, personaje repleto de historias llamativas, que han traspasado las fronteras de Cauto Cristo, el municipio donde empezó su vida hace 48 años.
Finalmente lo encontramos entre sembrados, en Los Haticos, una de las 32 fincas de la cooperativa de producción agropecuaria (CPA) Carlos Bastidas, mientras él soltaba una indicación tras otra, como si el sol del mediodía de ese sábado le inyectara más brío a su verbo. «Yo llevo siete años sin salir de vacaciones, esto es fuego con fuego», nos dijo y siguió orientando a los suyos con su acento campesino.
«Entrevístame aquí mismo», soltó luego; pero cuando le explicamos que un diálogo allí, en medio de una recogida de boniatos, con esa lluvia de tareas a los demás, iba a ser imposible, nos propuso irnos a la sala de televisión de la intrincada localidad.
En ese local, Chaveco habló de sus días como chofer, inspector de la Vivienda, dirigente y presidente de la Asociación Nacional de Agricultores Pequeños (ANAP) en su municipio… hasta el momento en que, en 2011, le propusieron dirigir la CPA, la cual estaba a la deriva.
Entonces «el personal que había aquí no tenía sentido de pertenencia ni responsabilidad, no quería echar pa’lante. Nos dimos a la tarea de sumar más áreas, de ir cambiando las cosas y empezaron los resultados poco a poco».
Pero en 2015 fue enviado como asesor a la República Bolivariana de Venezuela y a su regreso, al año siguiente, el retroceso era notable. Sufrió una gran decepción, que creció porque no lo integraron como presidente de la cooperativa.
«Me fui para una finca, a cultivar como uno más», contó. Sin embargo, en 2018 lo volvieron a llamar para liderar la CPA y aceptó, aunque les respondió a las autoridades que necesitaría apoyo incuestionable. Por fortuna, se lo dieron.
«Esto estaba perdido, prácticamente no tenía salvación. Solo quedaban 32 socios; aquí no había nada sembrado: cuatro hectáreas de plátano y cuatro de guayaba y ya. El primer día que di un recorrido logré rescatar 17 compañeros. Hicimos un reglamento nuevo, un sistema de vinculación nuevo y empezamos a trabajar. Hoy tenemos 165 socios, con 425 hectáreas, que llegaron a estar sembradas, aunque ahora nos encontramos al 60 por ciento», explica.
—Su cooperativa, dedicada a los cultivos varios, es de las excepcionales, porque unas cuantas entidades de este tipo tienen pérdidas o producen muy poco. Hay quienes opinan, a partir de esa realidad, que la cooperativización en Cuba ha sido un fracaso, ¿cómo refutaría ese criterio?
—Yo nací en Pozo Redondo, un barrio rural de Cauto Cristo y sé muy bien que si no se hubieran hecho las cooperativas, los campos no hubieran salido de los problemas. Gracias a las cooperativas llegaron los caminos, la luz eléctrica, el agua, entró una estructura para atender los barrios. Porque la escuela, el consultorio médico, la tienda y todo lo que está alrededor de la cooperativa; le compete a la cooperativa. Sería un error decir que es un fracaso. Han fracasado algunas cooperativas, no todas.
—¿Y por qué han fallado muchas?
—Hay un tema decisivo: el hombre, el cuadro, aunque no se puede negar la necesidad de los recursos. Cuando surgió el movimiento cooperativo y campesino todos éramos nacidos y crecidos en el campo. Actualmente tenemos gente que nunca ha cogido una guataca en la mano y está dirigiendo una cooperativa. Tenemos compañeros que no tienen la cultura, ni el léxico del campesino. Hoy cualquiera cree que porque anda con un sombrero y un par de botas ya es campesino, y no, no, eso no es así.
—Se ha presentado como un logro que la «Carlos Bastidas», después de enormes problemas financieros, hoy pague a sus cooperativistas un anticipo de más de 9 000 pesos. Pero esa cifra parece poco teniendo en cuenta el terrible sol de Cuba y las condiciones de escasa tecnología.
—Sí, es poco todavía. Siempre hemos aspirado a más. Pero lo importante es que logramos el pago por resultados. Yo le decía a mis compañeros que si nosotros logramos cada mes producir la carne, el arroz, los frijoles y hasta el aceite y vendérselos a los cooperativistas, además de lograr un anticipo de 20 000 pesos, se harían colas para venir a trabajar aquí.
—¿Qué atributos necesita tener un presidente de cooperativa para poder triunfar?
—En primer lugar, hay que ser líder. El que no lo sea no va a triunfar nunca, pero el liderazgo no se impone, se gana guapeando al lado de la gente. Eso no llega por un decreto-ley. Además, debe tener preparación, hay que estudiar mucho. No puede ser que un presidente no sepa de rendimientos óptimos por hectárea o no pueda explicar qué enfermedad tiene un cultivo. Lo otro es crear un buen equipo de trabajo.
—No estudió Agronomía. Sin embargo, dirige una cooperativa.
—Estudié licenciatura en Educación Física y Deportes, porque fue lo que pude. Pero jamás me he desvinculado de la tierra, ni he dejado de prepararme en los temas de la agricultura. En estos momentos hay muchas maneras de estudiar y de aprender.
—Tiene fama de ser muy exigente. ¿Eso no le ha traído problemas?
—Yo soy exigente porque mis padres me criaron muy recio, pero no es lo mismo ser exigente que ser extremista. Nunca me ha traído problemas, la gente me respeta, me sigue, me tiene confianza. Ser el presidente no me impide compartir con la gente. A mí los cooperativistas me plantean un problema en cualquier lado: abajo de una mata, en el camino, arriba de una carreta. Digo que antes de ser su jefe soy su compañero.
Los problemas que he tenido no han sido con los cooperativistas, sino con personas de afuera, que han venido a llevarse cosas. Por suerte, todavía no ha hecho falta irme a los piñazos. A todo el que yo pueda ayudar yo lo ayudo sin que me genere un problema. Lo que pasa es que esto no puede ser un relajo.
—Si trabaja tanto, no tendrá mucho tiempo para atender a la familia.
—Mi esposa (Leticia Barrero) y yo llevamos casi 30 años. Nos hicimos novios en el pre, en 12mo grado, y ya me conoce. Sabe que yo soy así. Al principio me reclamaba mucho, después fui amoldando las cosas. Nos entendemos, sabe cuánto me gusta el trabajo y que no por eso dejo de atender a la familia. Nuestro hijo ya tiene 26 años, está estudiando ingeniería agrónoma y trabaja la tierra en usufructo, en tres hectáreas. Y a mis padres siempre los llamo y cada vez que puedo los visito en Pozo Redondo.
Chaveco conversó varios temas con el Presidente cubano cuando en octubre el mandatario visitó la cooperativa Carlos Bastidas. Foto: Estudios Revolución
—En octubre el Presidente de la República, Miguel Díaz-Canel Bermúdez, estuvo en la cooperativa. ¿Qué significó eso para ustedes y qué pasó a partir de entonces?
—Fue una visita sorpresa, no la esperábamos. Nos enteramos el día antes que venía. Lo bueno es que no trabajamos para visitas, sino para que las cosas marchen bien. Tuve el privilegio de conversar 55 minutos con él y hablamos estos mismos temas. Los cooperativistas estaban muy contentos, al igual que muchas personas en las comunidades. Después de eso dimos una asamblea y explicamos todo. Que el Presidente estuviera aquí nos hizo comprometernos más y seguir buscando alternativas.
—¿Cuál es el principal peligro que ronda los campos cubanos?
—Nosotros necesitamos salvar el campo, que la gente no se vaya. Yo estoy asusta’o porque hay lugares de aquí mismo de Cauto Cristo que su gente ya no está. Y pa’ poder salvar los campos hay que hacer un programa nacional. Hay que hacer más cosas: mejorar las casas, que cada campesino tenga una vivienda digna, aunque yo estoy claro de la situación, pero hay que empezar. También hay que rescatar tradiciones, volver a hacer los rodeos, las corridas de cinta, las actividades culturales. Antes había festivales, juegos tradicionales, la llamada Liga del Tomate de la pelota, en la que participaban las cooperativas, pero eso lo hemos perdido y hay que recuperarlo.