Ciclos cortos para tiempos largos
Por: Katia Siberia / http://www.invasor.cu
Esta es la historia supersónica de un huerto en Ciego de Ávila. Pero el huerto, al final y al principio, es la cosecha de una empresa que podría juzgarse hasta por esa pequeña parcela
El organopónico se dio más rápido que una habichuela. Y 45 días, que es lo que Chola demora en cogerlas, son un parpadeo a sus 82 años.
Ese podría haber sido un tiempo muerto, metafóricamente. La breve futilidad en medio de los 30 000 días que se le han ido acumulando sobre sus 206 huesos, como trofeo. Uno a uno, hasta terminar presumiendo por casi todos: por haber sido deportista, por haber trabajado “en una pila de lugares”, por no tenerle miedo a nada, porque todavía lo acompañan las fuerzas para sostenerse y, por último, “por llegar a ver un cambio tan grande”.
—Aquí yo pienso retirarme… Bueno, retirarme no, que ya yo me retiré una vez —aclara Chola, y empieza a reírse del disparate que acaba de soltar.
Lo que Rolando Espinosa Lemes quiere decir, y no dice, es que allí se va a morir un día. Entonces, todos habrán de seguirle la rima a sus dicharachos con el alias a cuestas, porque nadie le dirá Rolando; y menos recordarán sus apellidos. Demasiado protocolo al que él rehúsa este martes debajo de una sombrita, mientras coge un 10 con la periodista y se le van 20.
Osmany Costa Reyes, el director de la Empresa Provincial de Abastecimiento y Servicio a la Educación (EPASE) no me había anticipado lo de Chola, solo lo del organopónico. Un pedacito de tierra que llegó a ser mediático por lo más “contradictorio”: que una empresa ajena a la agricultura comenzara a explotar unos canteros para que sus trabajadores almorzaran mejor y los vecinos tuvieran precios “por debajo de la calle”.
Sin embargo, lo contradictorio —creo ahora— vendría siendo que la EPASE le pague 3600.00 pesos cada mes a la Agricultura Urbana. El precio del arrendamiento. El precio de poner a producir un solar yermo del que alguna vez, hace mucho tiempo, salieron verduras. Pagar para que el dueño de la tierra te deje hacer lo que él no ha hecho. Pagar el favor, como si el favor, en sí mismo, no fuera hacerla parir.
Pues por ese monto, más o menos, se calculó Chola sus ingresos. Llegó creyendo que le sumaría unos pesitos a la jubilación y ahora se presenta como el dueño de la finca. “¡Óigame!, si es el 70 por ciento de lo que hagamos, esto es de nosotros, esto es mío”, insiste, y se da las palmaditas en el pecho con la mano que no sostiene la guataca.
Osmany lo secunda. Los cuatros obreros del organopónico de la EPASE empezaron ganando alrededor de 4000.00 pesos, un sueldo bajísimo para una empresa que, al cierre de mayo, promediaba 10 096.00 pesos. Por eso fue que estableció un nuevo sistema de pago para ellos en el que, luego de cubrirse los gastos, el 70 por ciento de las ventas va a sus bolsillos.
“Si los gastos aquí andan por los 20 000.00 pesos y ayer vendieron más de 2000.00 pesos, saca la cuenta del mes para que veas”, me anima Osmany.
Multiplico, resto, divido… Chola, Rafael, Eduardo y Fredy pueden sumarle 5000.00 pesos más a sus ingresos y rozarían la media de la EPASE, cultivando 64 canteros de 31 metros cada uno, una hectárea en total. Un pedacito que les ha hecho la gran diferencia.
“¿Y se dividen el trabajo a partes iguales?”, pregunto casi más por mortificar a Chola, que tiene 82 y presume, además, de mayorear a Rafael, de 64, a Eduardo de 53 y a Fredy de 39, ausente en la foto grupal.
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