Campesino de bata blanca
Vale la pena asumir los riesgos cuando uno sigue su vocación, asegura Yosvany Quintana
Por: Ronald Suárez Rivas | ronald@granma.cu
PINAR DEL RÍO.–Hace diez años, antes de cambiar su bata blanca por un sombrero y ropa de campesino, Yosvany Quintana trabajaba en el servicio de rayos X del policlínico de San Juan y Martínez, y hasta había cumplido misión internacionalista en Venezuela.
Allí se había desempeñado durante casi dos décadas, hasta que la tradición familiar y el amor por la tierra terminaron ganando la pulseada, halándolo definitivamente para una vega de un municipio reconocido mundialmente como la meca del tabaco.
Siguiendo los consejos de su abuelo, Yosvany había cursado una carrera universitaria y no se arrepiente de ello.
«El estudio y el conocimiento son la base de cualquier cosa que uno se proponga en la vida. Y yo, teniendo en cuenta sus palabras, estudié y logré hacerme licenciado en Imagenología».
Aun cuando el cambio de un local con aire acondicionado por los rigores del campo no puede ser más grande, confiesa que el trabajo en la finca nunca le fue ajeno.
«Desde muchacho me iba para la vega con mi abuelo a pasar grilla, a guataquear, a regar, a lo que pudiera hacer. Incluso, estando en la Universidad, lo ayudaba los fines de semana.
«Siempre tuve el bichito ese de una vega de tabaco, de sembrar, y después de casi 20 años en el sector de la Salud, un día se me dio la posibilidad de hacerlo y la aproveché».
En un primer momento trató de llevar ambas labores, hasta que las exigencias de la finca fueron creciendo y lo obligaron a decidir.
Comenzó por 1,5 hectáreas de tabaco tapado –el que se destina a la obtención de capas para el torcido de exportación– y poco a poco iría incorporando nuevas áreas. En la campaña pasada serían 7,4 hectáreas. En la que recién acaba de comenzar, se ha propuesto llegar a 12.
Además, posee una escogida familiar en la que beneficia sus cosechas, y hace poco comenzó la construcción de seis túneles para la obtención de posturas.
Con ellos, comenta que no solo podrán cubrirse las necesidades de su finca, sino también las de otros 20 productores de la zona.
A pesar de esta nueva vida de campesino exitoso, Yosvany no se olvida de sus orígenes, ni se ha desvinculado del sector de la Salud.
Por ello, hoy sobresale no solo por sus resultados productivos, sino por gestos altruistas que ha decidido asumir con sus ingresos personales.
«Me fui de la Salud por el amor a la vega y por la tradición tabacalera que corre por mis venas, pero me siento en el compromiso y el deber de aportar a ese sector tan sensible del que todos necesitamos.
«Entonces, ya que no puedo estar atendiendo a los pacientes directamente ni ejerciendo la profesión que estudié, decidí contribuir de esta otra manera».
Cuando habla de «aportes», se refiere a la donación de dos splits para el policlínico y también de dos ventiladores y un microondas.
Y junto a eso, la reconstrucción de una farmacia que había sido destruida por el huracán Ian, en septiembre de 2022, y no se había podido recuperar.
«Es un establecimiento muy importante porque les presta servicio a 9 000 personas de nuestro municipio. Un día me encontré con la administradora y me contó que estaban trabajando en la bodega, con muy pocas condiciones. Entonces, les dije a las autoridades del territorio que íbamos a hacer la farmacia. Busqué los materiales, los albañiles y salió».
Para este pinareño de 42 años ha sido una de las satisfacciones más grandes que le ha dado la vida.
Enamorado de lo que hace, cuenta que decidió mudarse del pueblo de San Juan y Martínez para la zona de Vivero, donde tiene su finca, y así poder estar cerca todo el tiempo de sus plantaciones.
«El tabaco necesita que el hombre esté ahí, que lo toque y hasta que le hable», dice.
Ahora que las cosas marchan bien, pudiera parecer que el camino hasta acá ha sido fácil, pero Yosvany recuerda que en un principio no fue así: «Cuando decidí probar suerte en este mundo, no hubo una sola persona que no me dijera que estaba loco. Ni siquiera mi mamá o mi esposa».
No es para menos, teniendo en cuenta el prestigio que había sabido ganarse en su profesión, que hasta lo había llevado a cumplir misión internacionalista durante seis años en tierras venezolanas.
El tiempo, sin embargo, terminaría dándole la razón y demostrando que vale la pena asumir los riesgos cuando uno sigue su vocación.
Eso sí, aunque haya cambiado su bata blanca por el sombrero y la ropa de campesino, sus vínculos con el sector de la Salud, y el reconocimiento a quienes permanecen en él siguen siendo muy grandes. Por eso afirma que «cualquier cosa que haga falta y esté en mis posibilidades, ahí estoy yo».