Risa del viento y de la lluvia

Por: Ana Margarita González, Grupo Web del Minag

8 de noviembre 2025

Tengo un amigo; no es un amigo pequeño. Crece con los impactos de la vida. En unos seis años, desbrozando marabú y echando vacas al terreno, sin poder controlarlas aún, levantó una finca ganadera en Cacocum, en la oriental provincia de Holguín.

Sin embargo, el temido huracán Melissa se ensañó con todo lo que Arnel Hernández había construido, y como en otras tierras de la geografía que se define entre Las Tunas y Guantánamo, bañó la totalidad de los terrenos, menos la casa de la familia.

“Estoy en la finca; está todo inundado, pero no afectó la infraestructura: ni las naves de concreto ni la vivienda. Estamos esperando que mejore el tiempo para revisar los potreros y ver si hay animales ahogados; tengo algunos aquí en lo alto, el resto está suelto.

“No te preocupes periodista, cuando baje el agua, te digo lo que queda”. Y efectivamente, al otro día escribió: “Por acá todo bien, aún queda un potrero inundado, el otro no y ahí tengo los animales. Gracias a mis obreros, que no me han abandonado ni un momento, no tenemos pérdidas considerables.

“Las siembras sí se afectaron, sobre todo yuca y boniato, pero lo que me preocupaba era el ganado; una muerte no se recupera; los cultivos, los sembramos de nuevo”.

Mi amigo no es un súper héroe ni una excepción. Es un campesino cubano, como esos que vemos en la Televisión confirmando, aún bajo el abatimiento por haberlo perdido todo o casi todo, que su misión es producir comida para el pueblo, un compromiso ineludible con Cuba, que continuarán a la par que levantan sus techos.

La Televisión Cubana, con extrema profesionalidad nos ha situado en cada lugar o muy cerca. Hemos visto el llanto, la resignación y hasta sonrisas. Cooperativas agropecuarias en Granma que perdieron los cultivos en casi mil hectáreas; otras más pequeñas que también quedaron muy dañadas. Nadie quedó ileso.

Pero todos hablan como mi amigo. El optimismo, que no sabemos de dónde sale en los peores momentos, es constante, ordinario, más que en tiempos normales, cuando hay quienes se atreven a hablar de las escaseces y los problemas que limitan rendimientos y cosechas.

Pasados seis días del paso de Melissa por el oriente cubano, vi a un campesino llorar. Un hombre alto, fuerte, joven aún que no podía contener su tristeza mirando el entorno. “Lo perdí todo”, decía, mas yo pensé: queda tu hombría, la misma que te sembró en el campo para vivir trabajando por los demás, para llevar comida a tu mesa y a las de muchos. Suficiente para volver a sembrar.

Y hasta se produjo un hecho insólito en medio de la desolación: con la confabulación de muchos cubanos, de aquí o de allá, de vecinos de otras provincias, de emprendedores y comunidades, María Elena, una adolescente de Río Cauto, tuvo su soñada fiesta de Quince en un campamento para evacuados que, en Las Tunas acogió a pobladores de la provincia Granma.

Por arte de la solidaridad, porque no fue magia, hubo dulces, refrigerios, adornos, vestidos, música y alegría cuyo centro fue una joven, una familia cubana, a quienes Melissa les arrebató todos sus bienes y recursos.

Su padre, un campesino de Río Cauto, que había perdido la esperanza en medio de la desolación, recobró el ánimo y la sonrisa cuando alguien lo invitó a la celebración. “Enseguida dije que sí”, se le oyó decir. Y allí estaba, a varios kilómetros, entregando un ramo de flores a su quinceañera, estrechándola, bailando. Unas lágrimas rodaron por su rostro curtido, lágrimas que ni siquiera pudo disimular en sus rudas manos.

Pensé en el corazón enorme y bueno de los campesinos cubanos; entonces, inevitablemente, mi padre vino al recuerdo: aquel día aciago cuando lo encontré evacuando a la familia por la amenaza de que podría abrirse la joven presa Zaza, de Sancti Spíritus si fuera azotada por un próximo huracán.

Con el hijo pequeño tomado de la mano izquierda, mi padre llevaba en la diestra el bien más valioso de su familia: un cajón negro donde se guarda Erika, mi máquina de escribir. Traté de persuadirlo, pero rotundo afirmó: “Ella sostiene tu obra, el resto se recupera”.

 



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