Los saberes de la abuela María

Por: Grupo Web del Minag

 30 de octubre 2025

A María Andrea Cordero no hay quién le haga cuentos sobre la tierra, nació pegada a ella, descubriendo sus secretos a través de la sabiduría de su querido padre. Nació en la finca San Juan Bautista, en Artemisa, el 22 de febrero de 1951, y desde entonces, nunca se apartó de forma total de ese terruño que es su vida.

“Desde pequeña yo ayudaba en todo, me gustaba. Como siempre digo, yo fui criada entre vacas. En ese tiempo, nos dedicábamos a la ganadería. Mi papá, Publio Cordero, era arrendatario en esta finca, y al triunfar la Revolución, fue beneficiado por la Ley de Reforma Agraria.

“Después que crecí, llevaba todo lo relacionado con la contabilidad, los créditos del banco, el registro pecuario y el seguro. Incluso, cuando me casé, en 1967, y me fui a vivir al poblado de Santa María, en Las Mangas Central, una vez a la semana mi papá, mi hermano y yo, nos reuníamos y despachábamos para ajustar las cuentas. Entonces, él me daba tareas para que yo resolviera”, recuerda.

Ya era una mujer madura, tenía tres hijas, y una parte de su tiempo lo dedicaba a la costura, cuando su madre falleció, y sin dudarlo, en 1996, decidió retornar a la finca a acompañar a su padre, quien, de hecho, le fue delegando mayores responsabilidades.

En el 2004, cuando murió su padre, ya María había heredado parte de la finca San Juan Bautista, asociada a la CCS Antero Regalado. Las labores que realizaban las dominaba y todo salía sin dificultad.

“En el 2016, llegó el Proyecto de Sostenibilidad Alimentaria en los Municipios (PROSAM). Fuimos seleccionados para ser beneficiados con recursos para adentrarnos en la agroecología. Ese año, yo había tenido una buena producción de tomates y ellos buscaban mujeres productoras de hortalizas. La empresa y la cooperativa me recomendaron.

“Hasta ese momento, nosotros sabíamos ordeñar vacas, sembrar yucas, maíz, frijoles o maíz y alguna hortaliza. Pero luego del proyecto, todo cambió.

“Recibimos muchos talleres sobre género y agroecología. Esto fue diseñado para mujeres, ahora en estos momentos, tenemos cuatro y dos hombres, pero en ocasiones es uno solo.

“En la finca de innovación y aprendizaje (FIA), el cambio fue total. La experiencia fue promovida en Artemisa, con el acompañamiento técnico de especialistas de la delegación municipal de la Agricultura y el proyecto PROSAM.

“Fui beneficiada con una turbina sumergible con panel solar, la cual empleábamos para el riego y el consumo de agua en la familia. Nos dedicamos a la producción de los cultivos varios y a las hortalizas durante todo el año.

“Antes teníamos una malla sombra que se deterioró y hubo que quitarla, pero seguimos sembrando hortalizas. Hay algunas más débiles como la lechuga, pero, hasta eso la hemos logrado en verano”, afirmó.

Reconoció las bondades de la agroecología. “Es una bendición, no hay que fumigar, los productos no tienen químico de ningún tipo. Es una ventaja en todo sentido. Empezando que no tenemos que gastar un peso en un saco de abono; generamos nuestro abono, el humus de lombriz, con estiércol y la lumbricultura, eso lo aprendimos con PROSAM”.

María dice que nunca sintió rechazo al dirigir a los hombres, y su esposo, Javier Peña, ya fallecido, la apoyó siempre con mucho respeto. “Él era técnico medio pecuario e inseminador y cuando se jubiló, trabajó conmigo aquí”.

Con 74 años de edad, María domina con exactitud su finca, no obstante, ahora tiene junto a ella los conocimientos y el empuje de su nieto Raudel, quien lleva el peso de las tareas. Ella lo aconseja y él busca sus criterios a la hora de tomar decisiones. Es que la sabiduría y la palabra de la abuela sigue siendo la guía principal para las mejores cosechas.

 

 

 

 

 

 



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