Nadie crea que es fácil, pero Lucrecia lo logra
Por: Yenima Díaz Velázquez / Periódico 26
23 de septiembre 2025

Las Tunas. – Las arrugas de Virgen Lucrecia Alarcón Almeida son un trofeo no solo por sus años, sino por las tantas hazañas que ha protagonizado durante toda su vida, siempre empeñada en hacer el bien y en dejar una sonrisa en quienes están cerca de ella.
Esta humilde mujer es una de las asociadas a la cooperativa de créditos y servicios (CCS) José Santiago Ercilla, del municipio de Las Tunas, y administra poco más de 13 hectáreas en usufructo en la zona de Sabanita de Cayojo, cerca de La Jibarera.
Ahí demuestra en todo su esplendor que posee una fortaleza física envidiable porque “nadie crea que es fácil”. Y realmente es complejo lidiar con la sequía, la falta de insumos, las enfermedades de los animales y los hechos delictivos que la derrumban, aunque luego vuelva a levantarse.
“Ese es un problema que nos está golpeando. Ya es demasiado. Fíjese que el campesino que no duerma de día tampoco lo puede hacer por las noches. A mí hasta me han amenazado en mi casa. Hace unos días me llevaron la yegua y me dijeron que si salía me mataban. No me puedo dejar matar, imagínese. También me han robado vacas”.
Poco a poco enumera sus pérdidas; siempre valiosas porque formar una vaca no es tarea de unas semanas. Y en sus palabras apuradas se refleja dolor y resignación, sumados a unas ganas enormes de seguir adelante, de no detenerse ante esos problemas.
“Siempre se podrá contar conmigo, aunque ya tengo 70 años. Mientras camine, ahí estaré y ahí me muero. Toda la vida me ha gustado luchar y tener lo mío. Cuando recibí estas tierras, saqué un crédito para comprar reses y fui excelente porque lo pagué rápido.
“Ahora tengo menos de 40 cabezas de ganado mayor, pero también carneros; un poco menos porque los perros jíbaros acaban con las crías. La verdad es que el que quiere luchar lucha. Aquí las cosas son difíciles, pero no imposibles”.
Lucrecia tiene un buen apoyo en su esposo y también en el yerno, que asume otras tareas. No obstante, asegura que si un día tiene que volver a ordeñar, ahí estarán sus manos. Ya están algo cansadas, pero durante años masajearon ubres y extrajeron leche. Mientras no sea necesario, dedica su tiempo a la estancia.
“Ahora estoy sin bueyes porque me los robaron, y todo se hace más lento. Siembro, desyerbo, cosecho, yo hago de todo. Se me han dado bien el maíz, la calabaza, el tomate y otras cosas. Hasta sembré una caña, pero no me resultó. Menos mal que hay potreros con mucha yerba.
“A veces ni me puedo sentar por los dolores. Es que me levanto a las 4:00 de la mañana y estoy atendiendo la casa mientras están ordeñando; y ya cuando terminan de ordeñar, que se entrega la leche, me voy para mi batalla. Yo no le tengo miedo a nada. Me han ofrecido hasta una casa en La Habana y no acepté. Si me voy, me muero rápido”.
Ella no lo dijo, por modestia, pero forma parte de un grupo de campesinos tuneros que donan parte de sus producciones a los hogares maternos y de ancianos y para combatientes y personas vulnerables. Por eso tienen tanto valor sus palabras: “¡Cuánto más pudiéramos hacer si no hubiera tantas limitaciones!”.
